1. INTRODUCCIÓN. Durante la Edad Media conviven en la Península Ibérica tres concepciones culturales, aparentemente disímiles, pero esencialmente similares en su concepción religiosa monoteísta. Tres ciudades santas: La Meca, Roma, Jerusalén -que se podrían reducir a una: Jerusalén- tres Libros Sagrados: la Tanaj -Antiguo Testamento-, la Biblia y el Corán -la Revelación Divina-; una raíz común: Abraham, padre de los creyentes, son los cimientos de comunidades de fe que nos permiten hablar de tres culturas teocéntricas y apostólicas, con un sentido misionero de pueblos elegidos por Dios, Alah o Yahvé, para dar testimonio de El y servir a su plan salvífico. Los primeros asentados en la Península fueron los judíos. El profeta Abdías (Va C I,20) menciona Sefarad, lejana colonia hebrea que tradiciones antiguas, sustentadas entre otros por el Targum de Jonatan ben Uziel (siglo I), y por comentadores hispano-judíos como Moché y Abraham Ibn Ezra, atribuyen este nombre Sefarad a Iberia (De los Ríos: 1960).